domingo, 26 de diciembre de 2010

Fundamentalismo y el origen de la razón.

Siempre he considerado la infancia de la humanidad un período fascinante y revelador. Comparar nuestro presente conociendose el pasado descubre los cambios que delatamos como progreso.

En una lejana, primitiva e hipotética aldea existían dos familias. Era bien sabido por los ancestros que el bosque en horas de la noche era un lugar donde fácilmente se podía perder la vida. Sus herederos, sin embargo, vírgenes al conocimiento, escuchaban las historias y consejos de sus mayores. El joven que acepta ciegamente todo dogma heredado usualmente sobrevive para procrear. En contraste, aquel que cuestionase y quisiera poner en evidencia la teoria seguramente moriría en el intento. Asi pues es facil comprender que eran aquellos tiempos hostiles hacia la razón y la filosofía del aun no nato Rene Descartes. Tiempos donde el intelecto y la duda perecían ante la seguridad del dogmatismo y el amor a lo fundamental.

Ha de sorprender, entonces, que de estas humildes y obedientes criaturas surgiera la rebeldía del conocimiento. La curiosidad fue, quizas, el primer esbozo de la razón. Aquel que duda, pregunta. Y quien pregunta, descubre. Con el paso del tiempo la recompensa del raciocinio parecia mas satisfaciente. En un hito sin precedentes el progreso del intelecto reemplaza la selección natural como conductor del avance de la especie.

El fuego, la rueda, los ejes y las pirámides. La capacidad exponencial de avance de la razón era, en retrospección, espeluznantemente maravillosa. Eran nuestros cerebros, ciertamente, armas de creacion masiva. La filosofía, la matemática, la medicina. Hubo aquellos que hicieron de su existencia una oda a la razón. Basta con visitar los museos dedicados a lo mas sublime de nuestra antiguedad para descubrir que premiamos a estos heroes del intelecto sobre todas las cosas. Aquellos que dedicaron su vida al amor del conocimiento viven para siempre en nuestras memorias y enseñanzas. A estos íconos de nuestra historia los premiamos con la inmortalidad.

Pasar a la historia como un visionario requiere poco mas que el uso de la razón en un tiempo poco razonable. Ghandi, Jesus y Martin Luther King fueron hombres que entendieron que la paz podia ser mas poderosa que cualquier guerra. Newton, Darwin y Einstein supieron ver que el valor de la razón en el metodo cientifico era el mejor camino para alcanzar la verdad. Como entonces se explica la supervivencia del fundamentalismo y el amor a los dogmas en nuestros tiempos? Si el racionalismo práctico es el motor del progreso, no resultaria obvio que este pseudo-empirismo es el colmo de la ignorancia?

No.

Y es que sería un irónico error caer en la trampa de dogmatizar la utilidad de la razón. Einstein y Jesus eran personas excepcionales; únicas. La razón sería universal de existir en una sociedad utópica. Sin embargo en nuestra humilde y variada población el fundamentalismo logra exhibir su fea pero necesaria presencia. Las religiones muestran ser, a un nivel descarado, entidades completamente dogmáticas. Su filosofía convierte la fé en la proeza mas recompensable. Se admira la ignorancia, la anti-razón, como un logro y no como tragedia. Y sin embargo hasta el mas racional de los filosofos debe saber reconocer la religión como un fenómeno útil y necesario. Como bién lo llamaba Carlitos Marx: el opio de las masas.

A la vez, sin embargo, vemos en el machismo la evidencia desagradable de los horrores del fundamentalismo. Es inconcebible, para esta sociedad progresista, que un sexo sea inferior al otro. Y sin embargo es un dogma del Qur'an que el valor de un hombre duplica al de una mujer. Asi mismo: una mujer vale la mitad de lo que vale un hombre. En los sistemas judiciales de Irán y Arabia Saudita se requieren dos mujeres para igualar el testimonio de un hombre. Quizás en ocasiones necesaria, la irracionalidad del fundamentalismo es asombrosamente peligrosa. Como dijo Goya una vez: "El sueño de la razón produce monstruos".

Sexismo, racismo, clasismo, homofobia y xenofobia. Debemos reconocer nuestros defectos por sus origenes si pretendemos eventualmente curarlos. Lo fundamental y dogmático fué, y quizás aún sigue siendo, útil en cierta forma, pero es cuando abandonamos la razón a favor de estos cuasi-valores que pecamos de ignorancia al destapar una peligrosa caja de pandora.

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